Cualquier cosa puede parecer una buena razón para no ir a la escuela: un asomo de fiebre, un inexplicable dolor de estómago, estornudos sospechosos, o simple capricho que no haga salir al niño de casa y que coloque a los padres en terrible predicamento. Pero, ¿por qué sucede?
Por un lado puede ser que los pequeños se encuentren verdaderamente fatigados por el ritmo escolar. De la misma forma que sucede con los adultos, los niños se cansan y necesitan pequeños descansos, pues además de estar al pendiente de sus maestros y todas las consignas que les dejan, tienen una actividad física muy elevada a través del juego y las diversiones varias. Sin embargo, cuando se trata de un rechazo explícito por la escuela que dura varios días, se trata de alguna mala experiencia que los niños viven dentro de la escuela y a la que hay que atender, pues no sabemos qué hay detrás de ella.
Desde una clase de educación física que lo exponga a hacer algo que detesta hasta deberes no cumplidos que los padres ignoran, o malas relaciones con sus compañeros que los maestros desconocen, es muy importante crear un clima de confianza para que los pequeños nos compartan su malestar, pues imaginemos el estrés que debe ocasionarles una situación así a la que enfrentarse a diario, que sería como para derrotar a cualquier adulto.